Orígenes de la psicología

Queen Christina of Sweden (left) and René Desc...

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La psicología  como ciencia tiene su origen en los planteamientos filosóficos: el ser humano se cuestiona su existencia, sus límites, el origen de sus ideas (Platón). Podemos considerar el nacimiento de la  psicología como una especificidad filosófica, centrada en el estudio del hombre y la substancia mental que lo caracteriza como entidad diferenciada. Así, el empirismo inglés de la época moderna, desde el cual Locke plantea las ideas del primer texto trata de resolver el problema de cómo se adquiere el conocimiento, un debate que suscitaba controversia desde la Grecia clásica.

Según el autor la mente humana está vacía hasta su encuentro con el mundo de la experiencia. La experiencia puede ser de “objetos externos” Locke (1700/1980), entonces son sensaciones las que forman ideas o de “operaciones internas de nuestra mente” Locke (1700/1980), entonces son los actos reflexivos los que nos proveen de ideas sobre los mismos. Las ideas, son, pues, “materiales del pensar” Locke (1700/1980). De esta forma el conocimiento se atomiza (concepto cientifista), se divide en partículas unitarias: ideas. Locke escribió el Ensayo sobre el entendimiento humano para “tratar con qué clase de objetos está preparado nuestro entendimiento” Copleston (2001), llegó a la conclusión de que esos objetos eran las ideas. Las ideas pueden a su vez ser simples o complejas, según se asocien unas con otras o no. Más adelante surgirá el asociacionismo, una corriente psicológica que emplea esta misma forma de entender el conocimiento humano. En psicología, el enfoque de Locke y los empiristas fue decisivo para forjar su carácter científico. Que el mundo pueda ser observado (origen en Aristóteles y su naturalismo) y que el hombre sea capaz de conocerlo mediante sus sentidos, es básico para la aplicación del experimento y del método inductivo.

Leibniz, contemporáneo de Locke, se inscribe dentro del racionalismo. En el segundo texto dice: “los sentidos no nos confieren lo que ya llevamos con nosotros” Leibniz (1765/1992) en alusión a las ideas innatas. Según él, la mente humana no es pasiva cuando adquiere conocimiento, se comporta como un bloque de mármol veteado donde se vislumbrase Hércules y no otra figura. Es decir, existen unas verdades que están por encima de todo conocimiento sensible, verdades que surgen de la mente misma y que impregnarían cualquier enunciado, acción, creación posterior. Así, se creará Hércules en el mármol, no por casualidad, si no porque no puede ser de otra forma estando como estamos “veteados”,  condicionados y damos una determinada forma y no otra a todo cuanto surge de nuestro ser. Leibniz entendía las ideas innnatas como “ciertas ideas que derivan de la mente misma, y no de los sentidos externos” Copleston (2001) y les confería carácter virtual, en tanto que podían ser hechas conscientes. El racionalismo concibe de forma opuesta al empirismo la adquisición de conocimiento. Locke no quiso entender el innatismo, no lo encontraba útil, apropiado, observable, lo criticó desde su inadecuación, su falta de significado.

Además de racionalista, hay que considerar Leibniz como idealista: comparte con Platón la creación de un mundo aparte, “monadológico” en el caso de Leibniz. Este mundo se compone de mónadas, los átomos de la naturaleza para el filósofo. A través de las mónadas explicó la realidad. Para él las mónadas son “representaciones de un mismo universo” Leibniz (1714), representación del mundo de afuera que varía en cada mónada. Para entender la relación que establece entre alma y cuerpo, primero hay que entender qué es la mónada. Según él, la materia es algo que se repite indefinidamente, que no es claro, es indiscernible, pura resistencia. Las mónadas se definen por ser alma-activa (o claridad) junto con pasividad (o no-claridad) en cuanto contienen materia. La substancia corpórea sería un agregado de mónadas (considerándola suma de actividad y resistencia) con la particularidad de poseer además una mónada dominante o alma que sería superior en la claridad de sus percepciones. Así, alma y cuerpo, aunque diferentes, se relacionan “en virtud de la armonía preestablecida entre las substancias” Leibniz (1714). Esta armonía es de gran importancia en la filosofía de Leibniz, pues explica de alguna forma todo lo demás. La armonía la preestableció Dios: “y los cambios en las mónadas inferiores que componen el cuerpo son correlacionados por Dios con los cambios en la mónada superior o alma humana” Copleston (2001) Él hizo que esas representaciones del universo que son las mónadas se caracterizasen por un movimiento perfecto entre alma y cuerpo: el movimiento de una substancia hace mover la otra, sin necesidad de interacción. No se influyen realmente, no hay intercambio de una substancia a otra, sino simple acuerdo divino. “Las almas obran según las leyes de las causas finales, por apetitos, fines y medios” Leibniz (1714). Las apeticiones de las almas o mónadas dominantes es el movimiento substancial que la lleva de una representación a otra en busca de mayor claridad.  Representación es igual a percepción en Leibniz, reflejo de lo externo. Este apetito es un movimiento que entra dentro de la causalidad final, a la que el resto de movimientos quedan supeditados. El resto de movimientos son los de la substancia corporal, que es mecánico, no se extiende más allá de la eficacia de su dinámica, aunque siempre en armonía (preestablecida por Dios) con el otro movimiento,

superior, por ser el fin que Dios ha establecido según el principio de perfección: un apetito hacia la claridad total que él representa.

Descartes concibió alma y cuerpo como substancias diferentes (dualismo) y trató de conciliarlas después. Para ello propuso la interacción: alma y cuerpo se influyen por la ley mecánica de causa-efecto, que se produciría en la glándula pineal. Antecede al situar ahí la interacción los estudios psicofísicos de la relación mente-cerebro-sistema nervioso. Descartes consideraba que lo que definía al cuerpo era la extensión, para Leibniz era un atributo más, no la esencia de la corporalidad.  En Descartes la física está por encima de la metafísica, las leyes mecánicas explican las relaciones entre la mente o substancia pensante y el cuerpo o substancia extensa. Leibniz propuso a Dios como explicación de la relación alma-cuerpo, o al menos atribuyó a Dios la armonía con la que se relacionaban. Su teoría surge para solucionar lo que parecía ser un imposible: que lo material y lo inmaterial pudiesen relacionarse.

Según Descartes “Dios conserva en el universo una cantidad de movimiento igual” Copleston (2001). Cuando el alma interacciona con el cuerpo, es capaz de cambiar la dirección del movimiento, que no se dirige hacia ningún fin superior a sí mismo. Esto supone que descarta la causalidad final que para Leibniz “conserva la misma dirección total en la materia” Leibniz (1714) según la armonía preestablecida que hace que el movimiento de la mónada conserve siempre un mismo fin: acercarse más a Dios, que es claridad total, ausencia de oscuridad o percepciones confusas (característica de la materia). La mónada es movimiento substancial, que la lleva a comportarse conforme su auto-desarrollo sea identificarse más con Dios. Esto nos lleva al siguiente punto del texto. Si la relación alma-cuerpo en Leibniz obedece a una armonía preestablecida por la mónada-Dios, ambas substancias permanecen separadas, sin necesidad la una de la otra, relacionándose sólo por leyes divinas que las creó armonizadas desde el principio. Esta teoría se adelanta a la corriente del paralelismo psicofísico, que influirá en la psicología científica posterior.

Leibniz llama almas racionales o espíritus a la mónada dominante en los seres humanos. Esta mónada se caracteriza por tener percepciones más claras que las de los animales, que son almas sensitivas. El movimiento substancial de la mónada provoca que ésta nunca desaparezca, sólo cambia su representación del mundo.

Una mónada con alma sensible puede llegar a mónada con alma racional, podemos verlo en el movimiento que tiene lugar en la mónada espermatozoide que progresa hasta mónada humano, con espíritu (cierta resonancia de la teoría evolucionista posterior). Cada mónada posee una representación diferente, y en el hombre llega hasta la apercepción o consciencia de sí. Esto es importante: “Leibniz puso el origen psicológico de la idea de substancia en conexión con la consciencia de sí” Copleston (2001). Fechner, que dio carácter científico a la relación mente-cuerpo, reconoció lo anticipado por Leibniz en su monadología, al diferenciar mónadas con percepciones oscuras y mónadas con apercepción o consciencia.

Dios crea el mundo a imagen y semejanza, el mundo es representación de lo que él mismo es, así, los espíritus lo reflejan más claramente por tener percepciones más claras y hallarse más cerca de Dios. Los seres humanos, que poseen espíritu, lo demuestran mediante sus creaciones: espejos del perfecto mundo. Según Leibniz, las mónadas no tienen ventanas: “divinidad en su departamento” Leibniz (1714), lo que acentuaba la no interacción y las ideas innatas.

Leibniz coloca a Dios en el grado más alto: es pura actividad, pura claridad, pura perfección, es la mónada suprema. Lo compara con un padre que ha creado el espíritu humano como reflejo más exacto, siendo éste capaz de asimilar y convivir armoniosamente con el creador.

Como Dios es perfecto- lo contrario sería una contradicción- ha creado el mundo según el principio de perfección y armonía. Los espíritus o almas racionales “obran de acuerdo a su juicio a la mejor cosa a hacer” Copleston (2001), siendo el mundo resultante “el más perfecto estado posible bajo el más perfecto de los monarcas” Leibniz (1714). Porque no hay más posibilidad que la existente: de todas las infinitas posibilidades Dios eligió la actual porque no tiene razón suficiente para elegir otra (principio de razón suficiente) en el movimiento continuo (principio de continuidad) del mundo: movimiento infinito que se define por su tendencia a la realización de la perfección.

La psicología, en sus inicios como disciplina científica, abandonará el debate ontológico. Se centrará en el empirismo, en las sensaciones, y dejará al margen la noción de alma y sus propiedades trascendentales.

Bibliografía

Copleston, F. (2001) (4ª ed.) Historia de la Filosofía (vols. 4 y 5) Barcelona: Ariel.

Ferrater, J. (1994). Diccionario de Filosofía (4 vols.). Madrid: Ariel.

Mente y cuerpo: de René Descartes a William James:

http://platea.pntic.mec.es/%7Emacruz/mente/descartes/indice/html

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