Las imágenes de Black Swan más que narrar seducen, como lo haría Lucifer ante Fausto. Y es que la última película de Aronofsky proyecta el mito faustiano en una dulce y autoexigente aprendiza de ballet. Su viento mental levantará olas monumentales con el fin de orillar un ballet capaz de trascender los límites humanos. La carne hecha pan, y la sangre vino: Natalie o el cisne negro que acecha y da sabiduría. Su conversión es tortuosa, terrible como ver morir un niño. La protagonista sólo alcanzará la densidad interpretativa como bailarina cuando su vida entone vetas oscuras tales como la música de Tchaikovsky
Todos sabemos que la pasión arrebata el equilibrio psicológico de quien sucumbe a sus extremos. En la película de Darren Aronofsky la pasión de la bailarina Nina no emerge, sino que se nos muestra contraída en laberintos mentales, obsesiones, manipulaciones maternas. El autor de Pi, de Réquiem por un sueño o El luchador vuelve a profundizar en leivmotifs como las disfunciones en el núcleo madre-hijo, las compulsiones y las ramificaciones del extravío mental posmoderno. El resultado es un espectáculo absorvente, como quien lucha con su sombra. Si la música de Tchaikovsky es genial, podemos decir lo mismo de este vuelo del cisne hacia interiores psicóticos